Un Chivas 12, a la roca por favor… porque sí, porque amerita. El lunes en la tradicional fiesta de Reyes a la que voy en el campo no bebí mucho porque el martes había que trabajar. No sólo yo, éramos muchos los que estábamos listos para trabajar; a la faena de la semana.
Pero nos sorprendió el ruido de la tierra, nos levantó el temblor. La crónica de la muerte anunciada. El diario vivir de los de allá, los de la Isla. La llegada de la absoluta oscuridad y el silencio ensordecedor nos quitó la seguridad de la que tanto alardeamos. Y entonces salió el sol por su esquina, y comenzamos a ver el dolor de los que los que lo perdieron todo. De los que ahora viven a la intemperie.
Sus casas construidas a pulmón con la idea de no pagarle al banco, la herencia que alguien tuvo a bien dejarle, la planificación y estrategia para vivir mejor. Con papeles y sin papeles, con códigos o sin códigos de construcción, columna corta, larga, tres bloques; esas eran sus casas. Su sentido de pertenencia, su marca de superación en esta colonia moderna.
Nos aterra que llegue la noche, y que vuelva a temblar. Y ni hablemos si comienza a llover. Ahora somos expertos en temblores, exigiendo inspecciones a tutiplén, preparando mochilas y bajando aplicaciones para estar al tanto. Devastados por la destrucción del remanente de cuatro bloques que nos han vendido como patrimonio cultural pero ni siquiera sabemos cómo se llama lo que fuè una reliquia estructural.
Los de la diáspora también tienen dolor de estómago, también les duele el alma. Y les duele más, porque no pueden acompañar en la angustia a quienes aman, porque no pueden sentir miedo junto a nosotros.
El queloide de María todavía picaba y volvió a sangrar, la indignación se esparce cómo chisme de barrio. Queremos hacernos valer, que nos atiendan, que nos den nuestro lugar en el refugio de los mercenarios que dominan la política. Y si alguien expone nuestros paños sucios, lo llamamos periodista comunista y conspirador.
Los que saben lo venían diciendo y aún lo dicen, lo peor está por venir. Los seis meses sin energía eléctrica que nos dejó María no nos quitó el miedo a la oscuridad. O’mbre, Que no se puede pegar un ojo pensando que volverá temblar. Anoche en medio del tráfico me percaté que el Residencial Luis Llórens Torres estaba a oscuras, mientras Isla Verde parecía La Feria The Park.
Ahí es que se hace evidente la vulnerabilidad del sistema. Dónde los que tienen poco, en medio de la adversidad pasan a tener nada. A dormir en parques, en carros, mientras los principales ejecutivos de las oficina de este país nos venden más cuentos que los que me hacía mami cuándo íbamos en guagua pública a Río Piedras a hacer Back to School.
El pueblo está desbordándose en atenciones pa bajar al Sur, llevando lo que se pueda. En las góndolas no se encuentra nada, se lo han llevado todo o para preparación propia o aportando en la necesidad. Tratando de mitigar el dolor de ellos y con eso quebrando un poco la impotencia que nos saca las lagrimas. Y en lo único en lo que no he dejado de pensar es en la estabilidad emocional de los sufridos. Yo tengo mi casa entera, bueno con algunas goteras pero entera, tengo agua y servicio de luz y aún así llevo noches despertando de madrugada gritando que tiembla, y no; no temblaba es sólo producto de mi erupción personal, el cúmulo de estrés que cargo ante la incertidumbre.
Los teólogos puertorriqueños, digo teólogos porque la gente de este país se gradúa de lo que haga falta adjudican los eventos a las teorías del fin del mundo, los otros pocos dicen que es un castigo de Dios, los que saben del asunto nos venden calma para no crear mayor caos, y al final…
Aquí estamos, hechos mierda pero solidarios, sin nada pero dando, asustados pero aprendiendo, desconfiados pero exigiendo!!
Y una vez más, RESILENCIA es la palabra.